Va de aprender a dar parte de lo propio a otros.

Muchas personas nacen con lo que llamo el gen del compartir. Y es que compartir lo que tienen les sale de forma natural. A otros en cambio les cuesta la vida misma. Hay quienes insisten en aprender día a día este arte, y quienes dejan este mundo sin haber experimentado la fortuna de compartir.
Compartir, según la RAE, significa: «Dicho de una persona: hacer a otra partícipe de algo que es suyo» o «Dicho de una persona: tener con otra algo en común». Lo reconozco, de pequeña había muchas cosas que no estaba dispuesta a compartir, por ejemplo: la espectacular gelatina de colores que hacía mi mamá para los cumpleaños o las tajadas (lajas de plátano maduro frito) que muchas veces servían de guarnición para comer.
De adulta también tuve que esforzarme por compartir ciertas cosas porque temía que, al hacerlo, otros las perdieran o no las cuidaran tanto como yo. ¿Qué puedo deciros? Crecí con la frase de «quien no cuida lo que tiene, a pedir se queda». ¿Os suena? Seguro que sí.
Sin embargo, cuando se trata de información de utilidad me sucede lo contrario. Desde muy joven he sido consciente de los beneficios de compartir la información que sabemos puede ser de utilidad a otras personas. ¿De qué sirve saber algo útil si no se comparte? Reconozco que en otras ocasiones no me es tan sencillo compartir, por ejemplo, a la hora de compartir mi espacio vital, mi tiempo y mi hogar. He tenido que aprender poco a poco, a ejercitarme y practicar día a día y, aun así, soy bastante recelosa al respecto.
Hablando de compartir, esta semana ha ido de compartir la información que tras mucha lectura y vivencias he ido atesorando durante mi existencia; información que valoro sobremanera y que me habría gustado que alguien, durante mi adolescencia, me hubiese facilitado. Hablo de información de aquellas cosas que nos condiciona la vida, no de conocimientos que aparecen en los libros de texto que mandan en el cole o el instituto. Hablo de lo que, lamentablemente, sigue sin aparecer en los programas de estudios.
Antiguamente esa información (la de utilidad para la vida), era transmitida de generación en generación a través de cuentos, durante las noches de silencio y quietud cuando las familias y amistades reposaban del duro día de trabajo sentados al reflejo de una hoguera. ¿Nació así eso que llamamos sabiduría popular? Puede ser.
El caso es que disfruto compartiendo con otras personas todo lo que llega a mis manos, a mi mente y mi alma que, de algún modo, me cambia la perspectiva, me da un chute de energía o incluso ha llegado a cambiarme la vida, cosas como la importancia de las palabras y el uso que le damos, la importancia de ser consciente y coherente en nuestro día a día, en nuestros actos, en el uso de nuestro verbo; y ¡cómo no!, la importancia de aprender a relacionarnos de manera equilibrada y ecológica. ¿Fácil? No, claro que no. Fácil no es, pero al menos no es imposible.
Os garantizo que compartir solo trae beneficios, cuando se hace desde la voluntad de aportar valor. Pero para ello considero que hay que estar en disposición de aprender con humildad, de reconocer nuestros errores, de empaparnos de vivencias y explorarnos en diversas formas y situaciones a fin de acumular el rodaje que dará forma a nuestra sabiduría.
Lo curioso es que hay quienes, en el afán de compartir y compartirse, se olvidan de sus propias necesidades y límites hasta desdibujar sus fronteras y quedar vacías y vacíos. Según lo veo, esto no tiene mucho sentido. Es como perderse para que otras personas se encuentren.
En el otro extremo hay personas que insisten en capturar momentos, personas, objetos, experiencias; encarcelan los amores y la información a fin de acumularlos, para pasearlos delante de otros en un intento desesperado porque les vean, por sentirse en superioridad moral; para creerse más importantes y al final, se ahogan, se empachan, se vuelven un contenedor sin sentido de información que termina siendo inútil porque solo existe en sus cabezas y nadan en un mar de soledad, aislados en su propia información, en toneladas de conocimiento. Una pena.
De momento, seguiré compartiendo, con quienes puedan y deseen recibirla, toda la información verdadera, útil y buena (como decía Sócrates) que llegue a mis manos. De eso va mi proyecto «Historia de vida» en el que, a modo de Biblioteca Humana, hablo que cuanto he aprendido durante mi existencia, y comparto con las y los alumnos de los institutos información acerca de diversidad, inmigración, respeto y responsabilidad afectiva.
Espero podamos seguir compartiendo, a través de las letras, lo que nos hace mejores, y quizás así un día el mundo sea un lugar más amable.
Por cierto, ¿Qué tal se os da eso de compartir?