Va de sentir el bloqueo y bloquear.

Ayer reconocí mi bloqueo. Después de muchos días frente al papel sin resultados satisfactorios, ayer tuve que reconocer que, por primera vez desde que nació este blog, estaba bloqueada en la búsqueda del texto para esta entrada. No lograba dar con un tema del que me apeteciera hablar por aquí, y mirad que hay temas e historias, pero nada. Supongo que tenía que pasar en algún momento. He de confesar que me sentí muy extraña.
No me reconocía así, quizás esto tenga que ver con un evento que vivencié hace relativamente poco que provocó, en lo personal, una sensación parecida. Seguro que os ha pasado alguna vez, eso de sentir como si un nudo os ata, eso de querer hacer o decir algo y de repente, quedar inmóvil en blanco.
El caso es que, al parecer, de tanto es tanto, experimentar ciertos bloqueos es hasta normal. Cosas como ir de camino a la cocina y llegar a ella sin saber qué buscabas, tener el teléfono en mano sabiendo que ibas a hacer algo y no saber si se trataba de hacer una llamada, escribir un mail o dejarte abducir por Instagram, son situaciones cotidianas. Creo que la multitarea puede tener que ver. A todas y todos nos pasa alguna vez. Si es muy frecuente os recomiendo acudir a un profesional sanitario.
El hecho es que a veces algo (o alguien) entorpece nuestros procesos, en este caso, mi proceso creativo, y provoca que nos quedemos en blanco. Lo sé, es un rollo y no es nada agradable vivirse en esa tesitura, sobre todo si se trata de una persona de acción, con agilidad mental y verbal como servidora.
Desde que sucedió me dio por reflexionar e investigar sobre esas situaciones, personas o argumentos que tienen ese efecto, una vez más, en un intento por comprender más y mejor cómo proceso la información y qué puedo aprehender de ello, ya que, esto de vivirme en una versión que desconocía en mí, la versión bloqueada, es desconcertante y un poquito estresante.
Como siempre, antes de empezar, me fui al diccionario. Bloquear, según la RAE, tiene varias acepciones. La que viene como anillo al dedo para lo que me gustaría transmitiros en esta entrada es: «entorpecer, paralizar las facultades mentales de alguien». También me valdría esta otra: «interrumpir el funcionamiento normal de algo». Sabiendo esto puedo decir que me bloqueé con todas sus letras. No fui capaz de dar a la situación una respuesta coherente con mi sentir y mi pensamiento.
Ahora, desde la distancia, reconozco lo que originó ese estado –que por fortuna más tarde pude analizarlo, confrontarme, cuestionarme y sacar un aprendizaje–, fue un impacto emocional, el no dar crédito a la situación que tenía frente a mis ojos. Eso provocó una especie de revolución en mis neuronas, y náuseas en mi sistema digestivo.
Investigando sobre el tema, me di cuenta de que hay algo en el funcionamiento de nuestro organismo que cambia, algo que se interrumpe en un momento así, y hace que se esfumen conocimientos, habilidades, destrezas; y nos transformamos en una especie de espantapájaros.
Al parecer, en la mayoría de ocasiones, ese bloqueo sucede porque hay una elevada carga emocional (o estrés) relacionada con el desencadenante, eso provoca que en nuestro cerebro se inhiba nuestra respuesta o, peor aún, nos hace reaccionar en lugar de responder. ¡Error! En otro post os contaré de cuando descubrí la diferencia entre ambas.
En ocasiones lo que nos sucede (o pensamos que puede suceder), activa una zona del cerebro muy primitiva y, por si fuera poco, desactiva la parte más evolucionada, esa que nos hace pensar y discernir. Así que, literalmente, nos vuelve primitivos (a mí me suele pasar cuando tengo hambre; gruño y no atiendo a razones que valgan).
Volviendo al cerebro y sus caprichos, resulta que esa parte secuestra nuestra humanidad, privándonos de la autonomía que, en condiciones normales, poseemos para ejecutar con destreza lo que deseamos. Lo llaman secuestro amigdalar, y es como si de repente, algo en nuestro interior desatara el animal salvaje que nos habita, al más puro estilo de Doctor Jekyll y Mr. Hyde, esto nos impide rebuscar (y encontrar) la información necesaria para hacer lo que necesitamos o queremos, lo adecuado y propicio. ¡Menuda faena!, ¿a que sí?
Por si fuera poco, estos bloqueos, además de ser impertinentes (aparecen cuando menos los esperamos sin ser invitados) y dejarnos en KO técnico, baja nuestro ánimo a la altura del rodapié, porque de inmediato, nuestro cerebro se pone en modo tirano a decirnos: ¡cómo es posible que no hayas dicho tal!, ¡vaya tela con no saber de qué escribir!, ¡tendrías que haber respondido esto otro! ¡Había que hacer esto otro en vez de aquello!
Menos mal que en mi caso, duró poco. Con mi parte creativa bastó con compartir lo que me pasaba con alguien que, con suficiencia, me soltó: ¡Habla del bloqueo! ¡Y zas! El engranaje se puso en marcha y ¡habemus post!
Con el otro bloqueo, el emocional, tuve que esforzarme más. Me fui al mar, medité, eché mano de silencio y, como de costumbre, eché mano de pluma y papel. Dediqué tiempo a escribir un listado de posibles causas, escribí cómo me sentí (emocional, mental y físicamente) y redacté con lujo de detalle lo que haría si se daba el caso de encontrarme nuevamente en la situación que me bloqueó.
Según algunos psicólogos, hay bloqueos que son tan intensos y profundos que ignoramos su existencia, para resolverlos recomiendan hacer terapia. En otras ocasiones menos complejas, basta con anticipar la situación, recrearla en nuestra mente, estructurar de forma detallada nuestra respuesta deseada, aprendérnosla y, a base de exposición –imaginaria o real–, y repetición, llega un momento en que la respuesta forma parte de nosotros, sale de forma natural y el bloqueo desaparece.
En mi caso obtuve buenos resultados. Pude plantarme firme, segura y decidida, y logré expresar con serenidad lo que realmente deseaba y pensaba, pese a presiones externas, y actuar según mi necesidad. Eso no lo hizo menos desagradable. A veces, decir no, violenta. Sin embargo, en ocasiones es necesario, sobre todo cuando la propia salud está en juego.
Antes de despedirme, os quiero hablar de otra herramienta que me sugirió una neuropsiquiatra que sabe bastante de procesos mentales y emocionales, tiene que ver con otro de los significados de la palabra bloquear, se trata de: «interceptar, obstruir o cerrar el paso». Un significado que, con la llegada de la mensajería instantánea y las redes sociales, se ha instalado en nuestro lenguaje cotidiano. Frases como: «menganito me bloqueó», «¿por qué no bloqueas a fulanita?», ¿os suenan? Seguro que sí.
Pues, muy a mí pesar, me he visto en esa necesidad, la de bloquear. Era algo impensable para mí y me violentó mucho, sin embargo, hay situaciones que requieren que seamos implacables, sobre todo si se trata de nuestra salud mental y emocional. Tenedlo en cuenta, por infantil e inmaduro que os quieran hacer creer, a veces hablando las personas no logramos entendernos, hay veces que las palabras se utilizan como puñales, o como laberintos donde pretenden enredarnos, es cuando se hace necesario adoptar medidas extraordinarias para asegurarnos nuestro espacio seguro de autocuidado y protegernos.
¿Y ustedes?, ¿alguna vez se han bloqueado? ¿Alguna vez han tenido que bloquear a alguien?