Va de dolor en los pies.

dolor en los pies martha lovera

Hace unas semanas, antes que todo esto empezara, tuve dolor en los pies y vi con extrañeza que la mayoría de mis zapatos de uso diario lo provocaban. No suelen dolerme los pies, ni cuando he hecho tramos del Camino de Santiago. La verdad es que tengo unos pies que no suelen quejarse de las arremetidas que les doy. Quizás tenga que ver con que procuro invertir en zapatos de calidad; me parece que comprar buenos zapatos, una buena cama y una buena almohada, más que gastar es invertir en salud. El caso es que, a propósito de esos episodios de dolor, me dio por mirar con detenimiento mis zapatos.

Miré el estado de sus suelas, las plantillas, contrafuertes, lengüetas, punteras y arcos —yo tampoco sabía las partes de un zapato pero, como soy una friki, las investigué para esta entrada— lo cierto es que los inspeccioné al milímetro y observé, con cierto asombro, que un par estaba agrietado por el centro de la suela con esta apenas gastada; otros estaban deformados hacia la supinación (parte lateral externa) y el otro par había perdido firmeza en el contrafuerte dejando a mis pies bailar. Como podéis imaginar eso no sucede de la noche a la mañana. El desgaste es algo progresivo, sin embargo hacía un par de semanas que sentía ese dolor agudo, a veces en el empeine, otras en las plantas y en otras ocasiones fueron los talones los que se quejaron.

Hice memoria en un intento de localizar cuándo los había comprado y no hacía tanto, uno de ellos no llegaban a dos años, ¿tanto había caminado con ellos? Sí, les llamo zapatos “de uso diario”, pero al ser varios pares no los utilizo todos los días, los voy intercambiando. Me dio la sensación de que esos zapatos habían durado menos de lo esperado. Ver mis zapatos deformes, gastados y agrietados me conectó con el camino recorrido durante esos dos años, con los paisajes compartidos, las experiencias vividas sobre sus suelas, los terrenos transitados y pensé que ese desgaste parecía una muestra de los tantísimos cambios experimentados en tan poco tiempo; solo dos años que, coincidiendo con los relatados por las personas más cercanas a mi vida, me hizo pensar que ese desgaste era algo experimentado por muchas personas a mi alrededor durante el mismo margen de tiempo.

Tal vez, antes de esta pausa obligada, íbamos muy deprisa, y las cosas sucedían a tal velocidad que nos pillaban demasiado distraídos como para sentir lo que esos cambios provocaban en nuestro organismo. Dolores sin causa aparente, brotes de llanto o rabia sin estímulo reconocible, cansancio, falta de concentración, de sueño o incluso de ilusión. ¿Os suenan esos síntomas? Si os digo que la mayoría de los pacientes que acude a urgencias lo hace por uno o varios de ellos, ¿me creeríais? Pues así era, así era en nuestra vida de entonces; veloz, sin pausa, a lo loco y es ahora, con esta pausa obligada que a muchas personas nos pilló como a esos zapatos, desgastados, cuando nos estamos dando cuenta. Creo que de forma generalizada los dos últimos años fueron especialmente complicados, años de despedidas, de rupturas (reales o metafóricas) y puede que necesitábamos detenernos para valorar el global de todo lo ocurrido. Os animo a hacer un balance de vuestros dos últimos años de existencia, pre pandemia, seguro que pasasteis por algo similar.

Albert Espinosa dice que “todas las pérdidas son ganancias” y que “los errores son aciertos fuera de contexto”. Creo que tiene razón, pero mientras lo aprendemos, toca transitar este terreno de incertidumbre, cambios inesperados y pérdidas como mejor se pueda y para eso hay que tener los zapatos adecuados, ¡que no se puede ir a la montaña en tacones!, y en mi caso, por el bien de mis dientes, no voy en tacones a ningún sitio. Necesitamos zapatos buenos y adecuados; a veces también toca plantearse la posibilidad de ponerse en los zapatos de otras personas, empatía le llaman. Al parecer estos días están siendo una oportunidad para aprenderla y ejercitarla, ¿días de perdernos para encontrarnos?

Cuando caminamos vemos pasar todo a nuestro alrededor: paisajes, personas u objetos, a nuestro ritmo si están inmóviles o al múltiplo de nuestra velocidad y la suya si son animados y eso a veces es complejo de encajar. La mayoría de mortales pasamos media vida intentando adecuar nuestro andar, en velocidad y trayectoria, a las circunstancias o al andar de las personas que amamos y eso, en algún momento, termina desgastándonos. ¿Os suena? Seguro que sí. Nunca es sencillo seguir nuestro propio camino y hacerlo a nuestro paso; nunca es sencillo dejar atrás y seguir el rumbo propio aunque implique caminar en solitario. Días antes de esta pausa acompañé a una amiga a sacar sus pertenencias de su taquilla y transportarlas en cajas hasta su coche. Habíamos compartido once años de trabajo y a fuerza de ese compartir y de muchas noches de guardia, que las noches dan para mucho, se transformó en una gran amiga. Se marchaba del trabajo y aunque fui feliz por ella, me sorprendí con un nudo en la garganta; sentí pena porque nuestros caminos se bifurcaban, sus huellas, al menos laboralmente, se alejaban de las mías y encajar cosas como esa siempre es difícil.

Volviendo a los zapatos, todas y todos tenemos ese par que se adapta como un guante a nuestros pies, que son ligeros, nos gustan estéticamente y que curiosamente van a juego con la mayoría de nuestra ropa. Zapatos que forman parte de nuestro día a día, testigos de miles de historias, algunas salpicadas por agua de mar, de lluvia, lágrimas o barro. Y de pronto, esos zapatos provocan daño dificultando nuestro andar. Cuando eso me sucede lo primero que hago es buscar un modelo exacto para sustituirlos, pero la mayoría de las veces no existe así que debo elegir unos nuevos, con otras características, otro color y, lo más complicado al menos para mí, bajar los viejos al contenedor y dejarlos atrás. Ahora os pediré un favor. Volved a leer el párrafo y cambiad la palabra zapatos por: trabajo, relaciones, vivencias. ¡Uf!

La situación actual nos ha cambiado el paisaje, el terreno por donde caminar, nos ha detenido en seco durante una temporada, viviendo los días con las pantuflas de andar por casa o descalzos. Seguro que cuando volvamos a pasear, que espero sea pronto, lo haremos de otra forma. Ojalá sea con consciencia, mayor disfrute y saboreando cada paso como si fuera el primero y a la vez el último. Volviendo a lo esencial, a lo sencillo, caminando como cuando aprendimos a hacerlo siendo bebés: maravillados, con curiosidad y… descalzos.

A veces es necesario, por un tiempo, caminar sin zapatos y cambiar de rumbo.