Va de enredarse y enredar.

Me fascinan las enredaderas; la forma con que se enredan y adhieren a las superficies y forman un tejido firme que les permite sostenerse y también, por qué no, lucir bellas. En botánica también las denominan plantas trepadoras, pero este término me gusta menos, porque significa que se encaraman sobre algo (vivo o muerto) y lo parasitan de forma mecánica para competir por la luz del sol. Bien se sabe la connotación que tiene que una persona sea calificada de “trepadora”.
El caso es que, volviendo a las plantas, me gusta ver las enredaderas. Disfruto al observar con detenimiento su recorrido. ¿Mis favoritas? La buganvilla, el jazmín (¡qué olor, por favor!) y la hiedra, que cambia de color según la estación; a veces tan verde y otras tan roja. Las enredaderas tapizan todo a su paso llenándolo de color y, según la especie, de flores. Pero como sabéis la capacidad de enredar y enredarse no es única de las plantas.
Enredar, según la RAE, significa: “prender con red; tender las redes o armarlas para cazar. Enlazar, entretejer, enmarañar algo con otra cosa”. También significa: “meter discordia o cizaña; meter a alguien en obligación, ocasión o negocios comprometidos o peligrosos; entretener, hacer perder el tiempo; revolver, inquietarse, travesear”.
Enredarse es sinónimo de confundirse o aturdirse al decir o hacer algo y también, cómo no, meterse en algo complicado, y las personas podemos ser muy diestras en ello. Podemos complicarlo todo hasta límites insospechados, de forma tal que llega un momento en el que nos descubrimos dentro de una maraña invisible que son nuestras propias decisiones y elecciones, y a veces, a consecuencia de ellas, terminamos por enredar a otras personas.
Sin embargo, no todo enredo es negativo, hay tejidos que, teniendo forma de red, liberan en lugar de atrapar. Por ejemplo, la red de vínculos que nos sostienen día a día. Esas personas maravillosas que nos aman y a las que amamos; con quienes discutimos y nos enfadamos (porque a veces también nos enredamos) pero que, cual trepadora, salva los obstáculos a su paso con tal de lucir su verdor. También está la red que tejemos profesionalmente, o gracias a nuestras aficiones, que nutren nuestra parte intelectual y nuestra curiosidad.
¿Y qué decir de las miles de millones de células de nuestro cuerpo? Están literalmente en red y se comunican con el único objetivo de mantenernos con vida. ¡Qué maravillosa es la naturaleza! Neuronas, células musculares, y el hermoso colágeno están dispuestos dentro de nuestros cuerpos a modo de red y, con sus funciones, nos permiten vivir.
Es cierto que muchas veces, en nuestro afán humano de establecer vínculos, de relacionarnos y de hacer red (se nos da de forma natural, es una de nuestras necesidades básicas), nos enredamos en sentimientos que lejos de conectarnos con otras personas terminan por aislarnos. Nos dejamos enredar en pensamientos que cual trama despiadada condiciona nuestros sentimientos y modifican nuestra actitud (y a veces, merma nuestras aptitudes). ¡Cuánto cuesta zafarse de ese enredo! Pues, como a las plantas, de tanto en tanto, también toca podarlos.
Pienso que las redes son necesarias, vitales, sin embargo, considero que mucho nos queda por aprender para dejar de enredarnos y así evitar enredar a los demás. Hay que aprender a zafarse de predadores que desean lanzar su red sobre nosotres. Pues sí, aceptémoslo, hay quienes van al acecho y en sus manos llevan redes invisibles que oprimen, capturan, siegan e inmovilizan; redes que nos alejan de nuestra esencia disfrazándolo de amor. Esas redes aíslan y alejan de quienes, siendo fieles testigos del daño del que no somos conscientes, intentan desenredarnos.
A días me siento enredada, y a días me reconozco parte esencial de una red tan grande y elevada que abarca el universo entero. Feliz de la red que, sin ser muy consciente hasta ahora, he ido tejiendo durante años. A días siento pena porque se me fue uno que otro hilo de esa red (como el hilo de una media panty que corre deprisa pierna abaja).
Pero las redes se tejen y se deshacen a un ritmo que parece gobernado por unas manos ajenas a las propias. Supongo que es eso que llamamos vida, ¿no?
¿Y ustedes? ¿Desde cuándo no se enredan? ¿Cuándo fue la última vez que podaron su enredadera?