Va de aprender a salir de la espiral.

Una espiral, sobre todo cuando la veo en la naturaleza, me provoca fascinación. Observarla me cautiva de forma tal que parece que me sumerjo en una especie de hipnosis. Esa curva, perfectamente trazada que gira sobre ángulos tan precisos hasta el infinito, se adueña de mi atención hasta desconectarme de lo que me rodea.
Hace algún tiempo, investigando acerca de esa maravillosa perfección, di con una famosa fórmula matemática, la secuencia de Fibonacci, una sucesión infinita de números naturales de la que resulta la espiral áurea. ¿Habéis oído hablar de ella? Resulta que, hace muchos años, en la India, un tal Pingala descubrió la secuencia matemática. Más tarde, Leonardo de Pisa, la daría a conocer en occidente a propósito de la cría de unos conejos. ¡Lo que dieron de sí esos animalitos!
La secuencia de Fibonacci se trata de una secuencia numérica en la que cada número corresponde a la suma de los dos anteriores. Lo hermoso es que la espiral perfecta generada por esa secuencia está presente en múltiples configuraciones biológicas, por ejemplo: la distribución de las ramas de los árboles, de las hojas en un tallo, de las semillas en un girasol y en la concha de un nautilus.
Y os preguntaréis, ¿por qué os suelto este rollo? Pues porque uno de los dignificados que el diccionario de la RAE da a espiral es: “sucesión creciente de acontecimientos” y, ¿Cuántas veces nos descubrimos inmersos en espirales absurdas de caos? ¿En trabajos que nos consumen, en discusiones que giran y giran sin llegar a una solución, en relaciones que nos centrifugan el alma hasta acabar con nuestra alegría y nuestras ganas?
Sin embargo, para el propósito que me trae hasta esta entrada, prefiero enfocarme en el significado de la fórmula matemática, porque para mí, ese concepto lo deberíamos tener muy pero que muy en cuenta en nuestro día a día, ¡somos la suma de los dos anteriores!
Nuestra existencia, según lo veo, es una espiral de la que no somos conscientes; una estructura perfectamente diseñada en la que cada uno de nosotros forma parte de sistemas (humanos) que oscilan en un caos perfecto dentro de un universo infinito. Venimos cargados de información que transmitimos, casi por ósmosis, a quienes se cruzan en nuestro camino y, a modo de impacto emocional, vibración o intercambio energético, altera para siempre aquello con lo que nos relacionamos.
Nos modificamos unos a otros de forma constante, a veces imperceptible, implacable e irrevocable, y creamos una danza en apariencia caótica en la que, por más inverosímil que se nos antoje, hay un orden, el orden de lo que algunas religiones tildan de divino, y que corresponde a las leyes de ese enigmático “campo” que la física cuántica describe cada vez con mayor precisión; un campo que, cual enorme biblioteca, está pleno de información; un campo cuya materialización quizás aspira al número áureo, definido como: “número irracional que representa la igualdad entre la proporción de dos segmentos de diferente longitud, y el cociente de la suma de ellos y el segmento con más longitud”.
Y aquí viene lo que reverbera en mi mente y mis sentidos hace días, lo verdaderamente fascinante: ¡qué maravilloso sería ejercitarnos día a día en darle cabida a la magia y el misticismo de las proporciones!; a crear espacio en nuestra cotidianidad para recibir (y respetar) la igualdad que reside entre dos diferencias. A mi modo de ver, es lo que verdaderamente enriquece los sistemas humanos.
Lo lamentable, que hay sistemas que no practican ni la proporción, ni dan espacio (respeto o escucha) a la diferencia y esa, en mi opinión, es la verdadera condena de cualquier sistema, llámese matrimonio, amistad, familia, empresa o equipo; lo que termina empujándolo hacia una espiral de fracaso que impide cualquier transformación y evolución hacia la excelencia.
Hoy he querido utilizar esta reflexión para despedirme, momentáneamente, de este blog. ¿El motivo? No quiero que este espacio se convierta en una espiral sin sentido que gire “porque sí” o “porque toca”.
Al contrario, deseo darle el tiempo necesario para que se autorregule, y que tenga la libertad de cambiar y evolucionar tanto como me ha inspirado a mí a hacerlo.
Me despido del blog durante un tiempo indeterminado, agradecida de cada una de las curvas que habéis transitado conmigo a través de mis letras. Obviamente seguiré escribiendo, y seguiré a vuestro alcance a través de las redes pero, de momento, se vienen curvas de cambios en mi vida que requieren mayor (y mejor) atención por mi parte.
Seguiremos encontrándonos en esta espiral eterna que es la vida. Mientras tanto, os animo a reflexionar sobre las espirales que tenéis activas en vuestras vidas, esas que os restan os consumen y os quitan la libertad de ser. Y, si podéis, salid de allí corriendo. Si por el motivo que fuera no podéis, os recomiendo buscar ayuda. A veces resulta muy difícil salir de una espiral.