Niño mirando el mar en Dénia

¿Recordáis cuáles eran los juegos de niños de vuestra infancia?

La pregunta anterior llegó a mí hace unos días mientras paseaba con mi perrita, cuando me sorprendió una escena en una de las calles de mi ciudad. Eran sobre las cinco de la tarde y las calles sonaban a siesta, sin embargo, esa calle sonaba a la risa inquieta de un grupo de niños. Cuando agudicé mi vista hacia ellos vi con asombro el motivo de sus risas. Una adulta, que organizaba el jolgorio, había amarrado una cuerda a uno de los pequeños granados que decoran esa callejuela cercana al puerto y, con su mano, la hacía oscilar arriba y abajo. Al ver aquella imagen me sorprendí sintiendo una mezcla de alegría, nostalgia e incredulidad. Se trataba de niños saltando la cuerda, o saltando la comba como dicen por estas tierras. Qué bonita escena y qué mágica y… ¿Cuánto tiempo hacía que no veía algo como aquello? Ese fue el motivo de mi nostalgia y mi sorpresa. ¡Qué pena sorprenderse de ver niños jugando de esa forma en la calle! Inevitablemente me trasladé a mi infancia y a los juegos que en aquellos años disfrutaba en solitario o en compañía de mi hermano y mis amigos. Las partidas de metras que son las canicas de aquí; los campeonatos de trompo que es la peonza de por estos lares, hipnotizados todos viendo las virguerías que algunos lograban haciendo bailar el trompo en la palma de su mano; las competiciones de “volar zamuras o papagayos” que aquí se llaman cometas; las apuesta de “a ver quién aguanta más con la perinola”; los “gurrufíos” hechos con chapas aplastadas y pabilo; las “caimaneras” de futbolito o las de “pelotica e’goma” que era algo así como el béisbol pero sin equipación. Por bate usábamos el puño cerrado,  la pelota en vez de ser de las de cuero eran de goma y por guantes las manos con solo la piel cubriéndolas. Y qué decir de las largas tardes jugando al monopolio, el stop, el fusilao, el escondite y pare de contar.

Salí de mi remembranza dos calles más adelante cuando esta vez me asaltó un dibujo en el suelo, una cuadrícula de múltiples colores con números en su interior. —¡Un avioncito! —dije para mí riendo. Era el sambori o rayuela de aquí.

Mi paseo continuó entre risas solitarias y me pregunté cuántos de esos juegos siguen vivos hoy día. Yo particularmente no he visto niños con bolsas llenas de canicas peleándose en ningún descampado, ni patotas de niños tomando las calles para improvisar partidas de futbolito, ¡no señor! Que para eso está el entreno de los jueves a las cinco. Hace tanto tiempo que tampoco escucho aquello de: “Taima” o “Por mí y por mis amigos”. Si es que ya ni sé a lo que juegan los niños de ahora, puede ser porque no tengo hijos, sin embargo, suelo ser bastante observadora y no me he topado con ninguna de las imágenes antes mencionadas. ¿Puede que también en eso hayamos evolucionado? ¿Que hayamos cambiado por pantallas los juguetes que hacíamos nosotros mismos? Eso me suena más. Esa tarde casi llegando a casa me crucé con el pequeño parque de la esquina y tuve que contenerme para no entrar y subirme a los columpios. No se crean que no lo hice por vergüenza o algo por el estilo, ¡para nada! Me contuve porque iba con mi perrita y no dejan entrar mascotas a esos lugares. Me lo apunto para otro día. Por allí dicen que hay que sacar al niño que llevamos dentro o, en mi caso, guardarlo de vez en cuando.

¿Y ustedes? ¿Desde cuándo no juegan? ¿Desde cuándo no sacan de paseo a su niña o niño interior?