Va de aprender a salir del laberinto.

laberinto marth lovera

¿Alguna vez habéis estado en un laberinto?

Según el diccionario de la RAE, laberinto significa: «lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida». También puede ser: «cosa confusa y enredada».

Hace un par de años tuve la oportunidad de vivir esa experiencia, la de adentrarme en un entramado de elevados setos que se erigen como paredes que trazan callejuelas que parecen no ir a ningún sitio. Fue en el norte, específicamente en Villapresente, Cantabria.

Al inicio fue excitante. Mi parte más competitiva se afanó en no perder la orientación dentro de aquel lugar que parecía salido de una película de ficción. Intenté utilizar una estrategia para encontrar el centro para, después, intentar salir de él. La primera opción, girar solo hacia la derecha, no me fue de mucha utilidad. Aquello no me llevaba a ningún lugar. Cada rincón era igual al anterior y pronto descubrí que tocaba regresar al punto de inicio para tomar una ruta alternativa. Volví a la casilla de salida habiendo perdido tiempo y algo de paciencia.

Entonces desconocía que el laberinto ha sido asociado, a lo largo de la historia de la humanidad y por diversas culturas, con lo espiritual, que representa de algún modo la búsqueda del centro personal, una búsqueda a la que solo se puede acceder superando diversas pruebas.

Recuerdo que aquella tarde dentro del Laberinto de Villapresente –lugar que os recomiendo visitar–, después de intentar mi primera y fallida estrategia, la segunda opción que se me ocurrió fue prestar muchísima atención al camino. Mirar con detalle los setos. Observar si alguna rama sobresalía más que otra, encontrar alguna flor, algún espacio hueco entre los árboles. Cualquier cosa que me fuera útil para orientarme. ¿no sucede lo mismo con el camino del búsqueda interior?

Entonces recordé el famoso mito griego del Minotauro, relacionado con el laberinto de Creta. El mito habla de que el laberinto fue construido por Dédalos para esconder al Minotauro. Teseo, en su empeño, abatió al Minotauro y logró salir del laberinto gracias al hilo de Ariadna, que lo guio hasta la salida.

Dentro de aquel laberinto en el que me adentré de forma voluntaria y lúdica, reflexioné sobre las ocasiones en las que nos encontramos en situaciones parecidas. Circunstancias plenas de encrucijadas, de callejones que parecen no tener sentido alguno. Damos vueltas sobre nuestros pasos sin saber qué camino elegir. Nos enfrentamos a elecciones que, o bien nos permiten avanzar y superar el entramado para salir de él, o nos dejan inmovibles y abatidos sin saber cómo encontrar la salida. ¿Derecha o izquierda?, ¿avanzar o detenerse?, ¿tomar o dejar?, ¿quedarse o marcharse?, ¿sí o no? ¿Sostener o soltar?

Fue cuando me di cuenta de que, en ocasiones, la vida se asemeja en un laberinto en el que a veces, con suerte y si prestamos la suficiente atención, encontramos una señal que, cual hilo de Ariadna en la famosa historia griega, nos guíe hacia la salida.

En mi opinión, creo que ese hilo es la intuición. Ese sexto sentido que todas y todos poseemos y del que a veces nos desconectamos. Porque, según lo veo, cuando prestamos atención, sucede algo dentro de nuestro cuerpo que, de forma aparentemente absurda e ilógica, nos da la información de lo adecuado en ese momento, como si gritase desde dentro lo que hacer o decir, y con ello nos regalase alguna pista de la mejor opción disponible.

Hasta que me puse a investigar, no sabía que existían varios tipos de laberintos, y los que más fascinación me producen, porque lo experimenté en mis propias carnes, son los llamados multiviarios. En ellos, para llegar a su centro y salir, existen varios caminos posibles. Algunos correctos y otros incorrectos. ¡Como la vida misma!

Observo el transcurrir de la vida como un laberinto multiviario. Nos encontramos con encrucijadas, callejuelas que, sin orden aparente, nos confrontan con la impaciencia, la desesperación, la frustración y la incertidumbre. El dolor, la rabia y la determinación de probarnos.

Lo cierto es que, la única forma de salir de un laberinto, es avanzar. Y fue lo que hice aquella vez, avanzar manteniendo la calma en intentando disfrutar de la experiencia entre risas. Después de 37 minutos. Estaba fuera, observando el trazado desde una plataforma. Contenta de haber superado aquella prueba.

¿Y vosotros? ¿Cuándo fue la última vez que os sentisteis como en el interior de un laberinto?

Por cierto, os recomiendo el libro «Laberinto» de Eley Grey. Os atrapará y da para mucha reflexión.