
El encanto de lo que no es perfecto.
Este título, lo no perfecto, lo elijo a propósito de que hace poco terminé de leer un libro llamado: Wabi Sabi, aprender a aceptar la imperfección, de un psicólogo llamado Tomás Navarro y que encontré por “casualidad”. Sí, así entre comillas, porque cada vez creo menos en las casualidades. Pero ese es tema para otra entrada.
Wabi Sabi es un término japonés que describe una visión que abraza la belleza de la imperfección y suele ir de la mano de una técnica, también japonesa, llamada Kintsugi (de hecho, el libro en su portada la muestra). Esta técnica, literalmente significa, reparación de oro. Se trata de cubrir con una mezcla de resina y polvo de oro, plata o platino, las roturas sufridas por un objeto. Al igual que Wabi Sabi, es una filosofía de vida que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto haciendo hermoso lo imperfecto, mostrándolo. Si no habéis oído hablar de ello os animo a investigar un poco que es muy interesante esa visión, creedme, que los japoneses son muy listos. Bueno, a lo que iba. En el libro Tomás Navarro habla, en clave de psicología, de muchas verdades una de ellas de cómo podemos enloquecer buscando la perfección. Hace algunos años que este tipo de lecturas llaman poderosamente mi atención porque siento la necesidad de comprender cómo funcionamos las personas, por qué hacemos lo que hacemos y por qué nos duelen o alegran las cosas, aunque a muchos les pueda sonar a autoayuda o a “magufadas” como dice un amigo. Lo cierto es que necesito comprender el porqué de las cosas aunque muchas no tengan explicación alguna y terminen pasando porque sí. De cualquier manera, todo lo que nos ocurre termina transformándonos, incluso las roturas, y me fascina la capacidad de transformación que, para bien o para mal, tenemos los seres humanos y cómo cambiamos constantemente aunque, incluir esos cambios en nuestra rutina diaria hasta integrarlos, suponiendo que así se quiera, solo nos lo planteamos cuando algo o alguien pone frente a nuestros ojos la manera que tenemos de reaccionar, pensar, sentir y actuar; cuando nos hacen mirar nuestras grietas, dejándonos en evidencia y haciendo que nos cuestionemos.
Los expertos en psicología aseguran que los seres humanos también tenemos una capacidad abismal para evadirnos y auto-engañarnos, por eso es necesario darnos de bruces con las verdades que nos traen este tipo de lecturas, porque nos aportan información sobre nuestros complejos mecanismos inconscientes. Al menos a mí me sirve para procurar conocerme cada día un poco más, comprender y aprender. He de reconocer que en eso de “abrazar la imperfección” estoy en pañales. Tengo una tendencia más que elevada hacia el perfeccionismo que, acompañada de la auto-exigencia, me puede envolver en unos berenjenales nada agradables, pero estoy trabajando en ello, me estoy quitando el vicio. A propósito de esto recuerdo cuando recibí el libro Wabi Sabi, lo abrí ilusionada porque fue uno de mis regalos de cumpleaños del año pasado. El caso es que al retirar el precinto y abrirlo, noté que tenía un defecto, una de sus páginas estaba mal cortada, como si el papel se hubiera plegado sobre sí mismo, y el resultado fue una página ilegible. No sé si se trataba de un experimento sociológico del autor, pero tardé poco en ir a la librería y cambiarlo. Hay imperfecciones que pueden ser como piedrecitas en los zapatos y, al menos yo, de momento, no estoy preparada para abrazarlas. Hay otras que pueden llevar a resultados catastróficos, ¿imagináis a un mecánico abrazando la imperfección mientras repara los frenos de un coche? O ¿A un cirujano permitiéndoselo mientras opera un corazón? No sé yo…
El caso es que en un capítulo de Wabi Sabi el autor habla de las redes sociales y de cómo colocamos en ellas solo lo que nos gusta, nos llena o lo bonito de nuestros días. De inmediato eché un vistazo a mi cuenta personal de Instagram, que hoy cuenta con casi cinco mil imágenes y, efectivamente Tomás está en lo cierto. Al parecer acotamos nuestras vidas mostrando solo lo extraordinario y bonito de nuestra realidad, cubriendo de aparente perfección algo que es todo menos perfecto. Eso puede llevar a interpretaciones erróneas por parte de quienes observan esas imágenes, que pueden ir desde pensar que quien las protagoniza es una/un engreído que se cree la última Coca-Cola del desierto, pasando por la ilusión de que no tiene problemas o preocupaciones, hasta llegar a asegurar que es una especie de cruzada que se hace para “restregar” su “buena vida” a quienes lo observan. Creo que nada más alejado de la realidad, pienso que simplemente se trata de poner el foco en lo agradable, en todas esas cosas, situaciones, momentos y personas que nos nutren y mejoran como seres humanos y, ser felices compartiéndolo. Una especie de grito al estilo de: ¡Espabila! Que aunque las cosas parezcan torcidas, también hay cosas bellas.
Como bien sabéis otra de mis pasiones es la fotografía, me gusta capturar instantes y compartirlas con mis amigas y amigos, cuidándome de no perderme un amanecer por verlo tras una pantalla o a través del objetivo de mi cámara. Sin embargo, después de leer Wabi Sabi, caí en cuenta de que igual me gusta tanto la fotografía porque con ella se hace eterno una fracción de segundo pudiendo recurrir a esa imagen siempre que se desee o también porque me permite poner el enfoque en lo bonito y lo agradable de todo cuanto me rodea y así camuflar lo que no lo es tanto, lo que escuece, lo que duele. ¿Cómo no hacerlo? Como a la mayoría de mortales prefiero lo bueno a lo malo, la abundancia a la escasez, la risa al llanto y la vida a la muerte. Sin embargo, como en la foto de la cabecera, las rosas también tienen espinas y… ¿No es todo parte de lo mismo? ¿Las dos caras de una misma moneda llamada vida? Y, al menos la mía, es de todo menos perfecta pero… ¡qué bien sienta vivirla!, porque significa que estoy viva.
¿Y ustedes? ¿Cómo llevan la imperfección?