
¿Desde cuándo no creáis nuevas palabras?
Seguro estaréis pensando a qué viene esa pregunta. Si es que quiero retar a la Real Academia o algo así. Os explico. Siempre me ha gustado jugar al Scrabble y con él aprendí a buscar y rebuscar palabras, sin embargo, muchas de las veces que lo he jugado me he topado con alguna persona que le da por crear palabras nuevas. Con tal de obtener puntos, cualquier maniobra es buena. Así que en muchas de esas partidas teníamos que echar mano al diccionario para evitar disputas. Una de mis personas favoritas en el mundo es una artista en eso, en crear nuevas palabras y expresiones, incluso tiene especial maestría para transformar las ya existentes. Tiene un humor contagioso, una chispa sublime y es de esas personas que hace amar lo absurdo y que hace sentir el ridículo como parte importante de la vida. De ella aprendí lo que es “tener risa”, porque ella siente la risa como se sienten el hambre o el sueño. Tiene una habilidad fascinante para nombrar todo como es para ella y no como se llama en realidad, de hecho, no recuerdo una sola vez desde que nos conocemos que me haya llamado por mi nombre, tampoco recuerdo cuándo ni por qué me bautizó como Martha Gabriela y así me quedé para los restos. Es algo que me encanta y me llena de ternura.
Ella es magia, espontaneidad, ilusión y ocurrencias a más no poder. Es risa, optimismo, honestidad y alegría. Es imposible hablar de cosas serias o dolorosas con ella sin que se cuele una carcajada por alguna parte de la conversación, y eso para mí es una gran virtud. Siempre me ha gustado la forma tan descarada y relajada que tiene de expresarse. Creo que entre tanto protocolo y el deber ser hemos perdido el contacto con lo espontáneo, con esos pequeños absurdos o esas confusiones que nos hacen parecer ridículos pero que han valido solo para hacernos reír en un momento de tensión.
En esta línea de ideas, hace algún tiempo que presto mucha atención a la forma que tiene la gente de expresarse y he descubierto una extraña mezcla de palabras que aparecen de tanto en tanto. Algunas como: “Amodio” que supongo será una combinación perfecta de amor y odio. ¿Quién no ha “amodiado” a alguien? O “Trislegría”, que será esa sensación que se tiene cuando se ríe y se llora a la vez. ¿A que esta sí que la habéis sentido en algún momento?
Personas como la que os he descrito al inicio de este post, una de “mis personas”, transforman el mundo a base de modificar su manera de expresarse y comunicarse con los demás. Alteran las palabras combinando vertiginosamente sus sílabas o mezclándolas con otras retando así a la gramática, los significados y significantes y hasta las connotaciones que estas tienen para formar nuevas expresiones, sin tener miedo a sentirse ridículas o juzgadas. Es como crear un nuevo código comunicacional. Obviamente es normal sentirse extraño con esas nuevas palabras porque todo el tiempo se nos ha dicho aquello de: “hay que llamar a las cosas por su nombre”, pero cuán importante es, a veces, olvidar ese nombre para llamarlas de otra manera. Una manera fresca y distendida para así redescubrirlas.
Os animo a crear y transformar expresiones y palabras, porque solo así hablaremos un idioma distinto y dotaremos de significados nuevos lo que ya, por su ciclo o por el cambio de las circunstancias, quedó caduco. La RAE lo llama neologismo.
Por cierto, un gran amigo que ronda los setenta años, suele cerrar los correos que envía con: te mando un “besabrazo” que, como podréis imaginar, no es más que besar y abrazar a la vez. ¡Qué palabra más bonita! ¿A que sí?