Va de versiones y perversiones

¿Cuántas versiones nos habitan? Hoy quiero empezar la entrada con esta pregunta, me ronda estos días a propósito de que alguien me dijo una frase muy sonada: «¡No conocía esa versión tuya!», refiriéndose a mi versión de escritora. ¿Somos capaces de reconocer todas nuestras versiones? ¿Cuál de ellas es nuestra mejor versión?
Según la Rae, versión, significa: «modo que tiene cada uno de referir un mismo suceso», o también: «cada una de las formas que adopta la relación de un suceso, el texto de una obra o la interpretación de un tema». Si ese suceso es nuestra vida, o ese tema es nuestra existencia, ¿Cuántas versiones propias hemos conocido? La de hija o hijo, la de hermana o hermano, la profesional; la versión de pareja, la forma de amiga, y sí, también nuestra versión infantil que, de vez en cuando se hace oír con alguna pataleta.
Versiones cada cual con sus peculiaridades porque, no es igual nuestro comportamiento en el trabajo que en la intimidad con un grupo de amistades. A veces exteriorizamos nuestra versión alegre, otras la pesimista; en ocasiones es nuestra versión más caótica la que se hace con el mando y otras sale a la luz la ecuánime y nos salva. Parece que dentro de nuestra alma y nuestra mente habitan múltiples versiones, como si de personajes de una obra de teatro se tratase. Se mueven a sus anchas dentro del continente que es nuestro cuerpo (y nuestra mente), y a veces sucede que les da por pelearse, y cada una tira hacia su lado sumergiéndonos en un conflicto. Cuando pasa, el lio está servido, pero eso da para otra entrada.
Volviendo a las (per)versiones, muchas de esas versiones son socialmente aceptadas. La versión deportista, la versión amable, la versión honesta. ¿Qué pasa con las que no lo son tanto? Nuestra versión iracunda, la versión reivindicativa (esa que escuece en estamentos como el laboral, el político o el social). ¿Qué sucede cuando nuestras prácticas sexuales, nuestra expresión de género, nuestra identidad o nuestra manera de relacionarnos afectivamente no calzan con lo frecuente?
Lamentablemente, la sociedad donde vivimos puede ser muy hostil y poco amable con esas versiones, incluso aún son tildadas de perversiones (acción o efecto de pervertir, según la Rae). Hay lugares y espacios en los que aún, las personas que amamos a una persona de nuestro mismo sexo, o quienes se visten como una chica siendo un chico, o quien elige –de forma ética y consensuada–, tener varios vínculos sexo-afectivos (y lo hace saber, porque si lo oculta y es infiel está hasta bien visto), somos catalogados de pervertidos.
En el diccionario de la Rae, pervertir, significa: «viciar con malas doctrinas o ejemplos las costumbres, la fe, el gusto, etc.» o «perturbar el orden o estado de las cosas» y ¡cómo fastidia a quienes se creen en superioridad moral –por el solo hecho de pertenecer al grupo de lo frecuente y habitual (que abanderan como «lo normal») –, que les muevan las convicciones con otras formas de estar en el mundo. Es razonable, el statu quo se les tambalea y, cuando eso sucede, son empujados contra una realidad para la que no están preparados.
En mi opinión, vivirnos en diferentes versiones nos hace conocer nuestro interior, experimentar de lo que somos capaces, aporta herramientas para enfrentarnos a ese statu quo que a veces huele a rancio (y salir de él si no somos felices),. Vivir y explorar todas y cada una de nuestras versiones puede conectarnos con la empatía, la compasión, y ser más amables con la diversidad, interior y exterior. ¿Qué hay de malo en ello?
Y vuestras versiones, ¿Cómo se llevan?