Va de plantar/se.

Siempre he admirado a quienes tienen habilidad (y paciencia) para plantar y cuidar las matas. No me consideraba perteneciente a ese club de aficionados a la botánica, al menos no hasta este año durante el que, como si de un resorte se tratase, nació desde mis profundidades la necesidad de reverdecer. Quizás fue producto del encierro vivido durante los primeros meses de pandemia lo que impulsó en mí las ganas de verdor. Lo cierto es que hasta hace muy pocos meses creí que las plantas no eran lo mío.
Plantar, según la Rae, tiene diecisiete acepciones. ¡Mira que es bonito el castellano! Y con esos conceptos en mente descubro que mientras unos metemos un vástago en la tierra, otros fundan algo; mientras alguien da un golpe, otro deja esperando o abandona a una persona. Unos plantan al decirle algo a otra persona con tal claridad que los deja aturdidos y sin embargo algunos plantan cuando se resisten a algo. Un dato curioso es que un animal también planta, lo hace cuando se detiene de forma obstinada y, cuando jugamos a las cartas, nos plantamos cuando no queremos más de lo que tenemos. Insisto, qué maravilloso nuestro idioma.
En mi inmersión en el arte de plantar (poblar de plantas un terreno, según la Rae), he aprendido unas cuantas cosas. La primera, que los principiantes, a la mayoría de plantas las matamos ahogadas; las regamos y regamos por miedo a que se sequen, ignorando sus necesidades. La segunda, que la vida vegetal tiene ritmo propio y no vale con apuntarse en un calendario el día de riego y seguirlo a rajatabla. No, no, que eso sería muy sencillo. Resulta que para saber cuándo regar las plantas hay que mirarlas, olerlas y hasta meterles el dedo en la tierra a ver si necesitan agua. La tercera, que aunque al comprarlas nos aseguren que son de exterior (o interior), al parecer la planta cuenta con un sistema de detección de “su lugar adecuado”, me enteré cuando una Cheflera (que se presupone de exterior) se me chamuscó y revivió durante unos días dentro de casa.
Parece que plantar de lo que va es de aprender a bailar con los ciclos de cada especie. ¡Como la vida misma! Esta idea me hizo investigar (ya sabéis que soy muy friki), y al parecer en 1966 a un científico experto en el manejo del polígrafo, Cleve Backster, un día aburrido le dio por colocar electrodos a una planta y ¡sorpresa!, nada más el investigador pensó (sí, habéis leído bien, PENSÓ) en quemar sus hojas, esta reaccionó y produjo un trazado. En otro experimento el trazado obtenido al regar la planta fue similar al que se obtiene en las personas que dicen sentirse felices ¿casualidad? Puede ser, pero de igual manera me maravilla y da que pensar. Si a las plantas les llega nuestras intenciones, ¿qué pasará con los humanos que nos rodean?
No dispongo de un polígrafo y, de momento, no hablo con las plantas —al menos no como si de una amiga se tratase, solo les digo lo guapas que están y lo que las disfruto mientras leo en mi balcón o en el salón de casa, que se ha transformado en un trocito de selva—, el caso es que he aprendido a notar sus cambios, noto si les gusta estar acompañadas de otras especies o no. ¿Como nos sucede a los humanos? Puede ser. Quizás solo sea cuestión de presencia y atención, ¡como nos sucede a los humanos!
Y mientras hay quienes nos dedicamos a plantar esquejes, hojas y hasta semillas para multiplicar la vida, hay quienes se dedican a plantarse ante la vida y enraizar en el sustrato de su dignidad para crecer, o quienes dan plantón y donde dije digo, digo Diego.
Sea cual sea la forma en que cada quien decida utilizar el verbo plantar, lo que a mi modo de ver parece estar claro, es que el momento de plantar/se llega por sí solo, se hace apremiante durante un paréntesis en la vida y de pronto, llega ese día en que se disfruta paseando por un vivero, admirando y oliendo la vida en forma de plantas y también, del mismo modo, si hay algo que sobra, aparece con el mismo apremio, el momento de plantarse.
¿Y ustedes? ¿Cuándo se plantaron por última vez?