Va de abrazar el silencio

silencio martha lovera

Hay silencios que irrumpen en nuestras vidas como un trueno; ensordecedores, sorpresivos y contundentes. Silencios que duelen y cuya onda expansiva se extiende a la profundidad de nuestro organismo hasta hacerse con cada una de sus células. Hablo de esos silencios que saben a vacío, a soledad. Quizás sean los provocados por la voz de un ser querido que se apaga, o la risa de un amigo que se va porque, como dice la famosa canción, «algo se muere en el alma cuando un amigo se va».

Sin embargo, hay otro tipo de silencios, los que a mi modo de ver vienen a apaciguar nuestras tormentas, y que deben ser respetados y transitados con paciencia y compasión. Silencios necesarios para volver a escuchar el latir del propio corazón. Silencios que merecen su espacio, aun cuando aparezcan acompañados de rabia, frustración o dolor. Son esos los silencios que nos rasgan las vestiduras y nos dejan frente a la indefensión de la vulnerabilidad.

En el diccionario de la RAE la palabra silencio cuenta con seis acepciones. Me llamó la atención la que lo define como «falta de ruido». Y es así, nos rodeamos de tanto ruido que en ocasiones no podemos escuchar ni lo que necesitamos, ni lo que nuestro cuerpo, mente y alma piden a modo de síntomas.

Pese a ser terapéutico, no sabemos procurarnos espacios de silencios, y cuánta necesidad tenemos de ellos, y lo reparador que puede ser. Acallar el mundanal ruido e intentar enmudecer nuestros pensamientos se considera un ejercicio necesario y eficaz para encontrar un poco de paz entre tanto caos, pero como animales parlantes nos cuesta horrores silenciar o mantenernos en silencio.

Hay silencios que son inevitables, algunos indeseados y otros más que necesarios, como los de una composición musical, en la que los silencios son tan hermosos y llenos de significados como cada uno de los sonidos de la melodía. Y, al igual que en la música, en la vida también hay que recurrir  al silencio. A veces lo hacemos como último recurso para nuestra protección. Es necesario silenciar las palabras necias de quienes insultan o menosprecian; acallar a quien hace de las excusas su mejor defensa, a quien grita con mentiras u ofensas su verdad. A veces toca apagar la voz de quienes pretenden anteponer sus necesidades a las nuestras. Sí, aunque duela, porque a veces no queda otra que silenciar a quienes no respetan nuestros límites, se ríen de nuestras necesidades o traspasan con su ruido nuestras fronteras.

En ocasiones, por nuestra salud neuronal, mental, emocional y física, sentimos la necesidad de silenciar el teléfono móvil y los famosos grupos de WhatsApp. ¿Y por qué no lo hacemos? Quizás porque tememos al silencio. Hay quienes no son capaces de estar ni un minuto en silencio. Hay quienes necesitan tanto escucharse que suben la voz a decibelios nocivos para cualquier oído, y quienes no callan ni bajo el agua dejando una estela de blablablá insufrible, transformando en cantinfladas cuanto expresan. Cantinfladas porque este personaje era muy hábil en hablar mucho sin decir nada. ¿Os suena?

Me gusta el silencio, de hecho, de tanto en tanto necesito del silencio, a veces hasta tal punto que me encantaría meterme dentro de una cámara de depravación sensorial. Reconozco que de pequeña no era así. Mi versión infante cantaba, silbaba, hacía ruido con cualquier objeto que encontrara en el camino, supongo que era porque estaba descubriendo mi vena musical. Ahora, como aprendiz de trombonista, reconozco la importancia musical del silencio. He aprendido a contarlos y a prestarles atención, porque en nuestras partituras puede haber compases y compases llenos de silencios que se vuelven eternos y, si te descuidas, te pierdes. Son silencios que cuando llegan a su final abren paso una vez más a nuestra melodía y ese contraste crea magia. ¡Como la vida misma!

Según lo vivo, el silencio ayuda a desconectar y también a conectar; da tiempo para digerir la información y también ayuda a la expresión. En una conversación ha de ajustarse no solo para generar turnos de palabra si no (y esta versión se usa poco) para generar el espacio necesario para reflexionar acerca de lo que se está diciendo y comprender el mensaje. Esto, obviamente, se da en condiciones ideales. En discusiones o encuentros con quienes saben oír pero no escuchan, o con quienes son monologuista profesionales, es imposible y es donde nace el ruido ensordecedor.

Apagar ese ruido, silenciarlo, cuesta y requiere entrenamiento. Hay lugares donde se practica a diario el silencio con disciplina y determinación, como algunos monasterios y templos. Hace algún tiempo estuve en uno de ellos. Fue mi primera experiencia en un retiro en el que había que respetar el «noble silencio», así le llaman. Al indagar a qué se referían me dijeron: «no se puede hablar, ni hacer ruido». Pensé que me iba a dar un síncope, pero ¡cómo no voy a poder hablar! Resultó ser una de las experiencias más reparadoras, enriquecedoras y fascinantes que he vivido.

Mantener el silencio abre nuestros sentidos a otros estímulos. Aprendí el valor que resta a la comunicación la existencia de una cháchara sin sentido, porque a veces, la mejor palabra que podemos decir es una mirada silente. Aprendí a apreciar el sonido del viento que roza las ramas de los árboles y a deleitarme con el trino de los pájaros, o el fascinante sonido del oleaje. Qué maravilla el sin fin de sonidos que aporta la naturaleza para serenarnos, ¿Cuándo fue la última vez que escuchasteis un corazón latir? (El propio o el de un ser amado).

Según la etimología, la palabra silencio, viene del verbo latín silēre que significa estar callado. ¡Y cuánto cuesta estar callados! Quizás nuestro miedo al silencio podría traducirse en miedo a la soledad, ¿al no ser? Hace algún tiempo reflexiono acerca de ello, y me ha servido para darme cuenta de que hay personas con las que me es agotador estar porque no hacen una pausa ni para respirar, parecen la turbina de un avión incesante e incansable, y no digo que haya algo malo en ellas, solo digo que para mi cerebro, se hace agotador.

Silencio, hermoso y sublime silencio, qué beneficio aportas y qué poco te valoramos.