Va del sostén que damos y nos dan.

sosten martha lovera

En Venezuela, mi país de origen, la palabra sostén se utiliza con demasiada frecuencia solo en una de sus acepciones, la de: “prenda interior femenina para ceñir el pecho”, lo que viene siendo el sujetador español. De adulta, y estando aquí en España, descubrí que esa palabra tenía más usos en el día a día. Y es que en Venezuela no sostenemos, sujetamos ni cogemos las cosas las cosas, ¡las agarramos!; así que no pasaba por mi mente utilizar esa palabra, sostén, para otra cosa que no fuera referirme a la pieza de lencería femenina.

Según el diccionario de la Rae, sostén, también significa: “acción de sostener; persona o cosa que sostiene; apoyo moral, protección”. También de adulta descubrí la hermosa aplicación que puede tener una palabra como esa cuando se lleva a la acción. Me tocó aprender que cuando escuchaba en silencio a alguien que lloraba frente a mí le estaba sosteniendo; que cuando una amiga, sabiéndome de bajón, elegía dar una paseo a mi lado sin decir palabra alguna lo que hacía era sostenerme. ¡Qué bonito es sostener y qué hermoso es ser sostenida!

Día a día trabajo con la fragilidad del ser humano y veo cómo una enfermedad puede acabar con todo lo que dábamos por sentado, afectos incluidos y, durante estos años ejerciendo la medicina, he observado que todo ser humano en algún momento de su existencia necesita de sostén, y es evidente que no hablo de la prenda de vestir, hablo del apoyo, soporte, cuidado, cariño y el mimo que se necesitan en momentos duros, esos en los que parece que se abre el suelo bajo nuestros pies o cuando la vida decide caernos encima como la enorme piedra de la foto. Seguro ya sabéis de qué hablo.

Hay estadísticas que señalan que una persona se enfrentará a una media de entre ocho a diez situaciones de ese tipo a lo largo de su vida. Una ruptura amorosa, el distanciamiento de un amigo, la pérdida de un trabajo, la muerte de un ser querido o una enfermedad grave suelen ser el tipo de vivencias en las que se requiere sostén pero, ¿cuándo se aprende esto si a la mayoría nos enseñan que caer no es bueno, que mostrarse vulnerable es malo?

El sostén de nuestra existencia es algo que solemos colocar fuera de nosotros, como esas barras de hierro con las que se apuntalan los edificios a punto de derrumbarse o la malla que se tiende bajo unos trapecistas mientras actúan, sin embargo, considero que nos deberían enseñar desde muy temprana edad que, el mayor sostén de nuestra alma, está en nuestro interior.

La red sólida y flexible de vínculos que responden y apoyan a lo largo de la vida a veces se estira y encoje según las circunstancias, pero en ciertos vínculos, la función sostenedora, es algo que suele darse por sentado; familia, pareja y amistades íntimas suelen estar a la cabecera de quienes “deben” ejercer esa función, como si cada persona de nuestra vida viniera, irremediablemente unida como un pack indivisible e inmutable, a una función que se espera según el tipo de relación que se forja con ella, pero ¿todas las familias sostienen a sus miembros? ¿Todos los amigos están siempre a nuestro lado para apoyarnos? ¿Todas las parejas se apoyan mutuamente?

Lamentablemente no es así. Durante mi experiencia profesional y personal no han sido pocas las situaciones en las que he sido testigo de personas que, teniendo amistades, familias y parejas, de pronto se encuentran transitando una situación dolorosa y crítica en soledad, convirtiéndose en un mal llamado “problema social”. De hecho, existe lo que se denomina “cuidador no válido”, personas que, por alguna razón que a veces escapa a su voluntad, carecen de la capacidad o habilidad para sostener a otra.

Hay quienes, en esas situaciones, eligen permanecer solos, aislados, por el mismo amor que sienten por sus afectos: “es que no quiero hacer que mi gente lo pase mal”, he escuchado varias veces. A otros, sabiendo que necesitan ayuda, apoyo, compañía y sostén, el orgullo, la soberbia o el pánico les impide solicitarla expresamente: “No soy inútil. Yo solo puedo con esto”. Hay quien sorprende y, tras pocos días de interacción, sostienen como si estuvieran toda la vida a nuestro lado. Y también hay quienes, en su necesidad de ser apoyados, delegan en otros lo que solo a ellos corresponde utilizando, abusando, machacando, exigiendo y quemando a quienes prestan su apoyo de forma natural.

También están con quienes la vida ha sido tan cruel que no se fían ni de su propia sombra y se niegan a ser sostenidos. Y otros que, por más que deseen, no logran sostener nada ni a nadie y huyen dando la espalda. ¿Egoísmo, falta de consciencia o falta de empatía? A saber, quizás nunca pudieron aprender el privilegio del sostener. Y luego están, en el extremo contrario, los “dadores” o “sostenedores natos”; personas que dan y dan y dan hasta quedar exhaustas; quienes pueden llegar a olvidar sus propias necesidades con tal de erigir su particular cruzada por sostener lo insostenible… ¡Qué agotador!

El caso es que todas y todos somos vulnerables, por más que no disguste y, en cualquier momento y de la forma más absurda, la vida puede cambiarnos y es cuando, en el dolor de la vulnerabilidad, se agradece contar con nuestros sostenes. Créanme cuando os digo que suele ser una situación muy dolorosa, tanto necesitar sostén y no tenerlo, como ofrecer sostén a un ser amado que lo rechaza. Así que, en mi opinión, lo mejor es tener las cosas claras desde el principio, hablar las cosas y llegar a acuerdos ¿Puedo contar contigo si ocurriera algo grave o solo para tomarnos unas cañas los viernes? Es cierto, no es una pregunta que se haga de forma habitual a nuestras relaciones, independientemente del tipo de relación que sea, sin embargo, ¿no os parece que estaría bien saber desde el principio a qué atenerse?

En mi opinión, definir, concretar y llegar a acuerdos en las relaciones no solo es necesario, sino que es sano, y es responsabilidad de cada persona cultivar e invertir en su red de apoyo, en esos vínculos que, durante una crisis, terminarán fortificando los cimientos de la propia vida hasta, en algunos casos, evitar nuestro derrumbe o al menos hacer menos doloroso el declive y apoyarnos a recoger los escombros, pero para ello no se puede dar nada por sentado, hay que comunicarse y preguntar de forma amorosa un ¿cuento contigo?, porque puede ser igual de doloroso esperar el sostén de quien, por alguna razón, no quiere o no puede darlo, como intentar sostener a quien no desea ser sostenido.

Ojalá nuestra sociedad avance lo suficiente como para que, por tradición, cultura y sin darlo por sentado, seamos capaces de crear redes para sostener a las personas más vulnerables; que aprendamos desde peques a crear vínculos de apoyo y cuidado amoroso; relaciones honestas, serenas y equilibradas en las que la reciprocidad sea la norma, porque más que nunca son tiempos de cuidarnos y sostenernos les unes a les otres.

¿Y ustedes? ¿Cuándo fue la ultima vez que necesitaron sostén? ¿Y la última vez que sostuvieron?