
Va de estar presa y quedar detenida.
Hace unos días en el trabajo experimenté eso de estar presa, legalmente detenida. No es lo que imagináis, no he cometido delito alguno. Os explico. Tuvimos que acudir a un domicilio y la Policía Local nos trasladó en el coche patrulla, uno especial que hasta entonces no conocía. La agente nos advirtió con amabilidad: “no es nada cómodo, lo siento”. No comprendí a lo que se refería hasta que subí y me di cuenta que en lugar de asientos un plástico rígido cubría la zona donde estos debían estar; además, una pantalla de metacrilato transparente separaba al “pasajero” de quienes iban delante. En el centro de esta lámina un par de ventiladores, parecidos a los que refrescan los ordenadores, con un ruido nada agradable hacían el intento de bajar la temperatura de aquel espacio que cual pecera me contenía junto a una compañera.
Los baches del camino hicieron saltar nuestros riñones de sus fosas en un par de ocasiones y el calor, junto con la sensación de indefensión, hizo asfixiante el trayecto durante los primeros minutos. Poco después bajaron las ventanillas y volvimos a respirar. Y es que el mismo plástico que sin lograrlo jugaba a servir de asientos también recubría las puertas y tapaba el espacio destinado al sistema de apertura de estas y el de subir o bajar los cristales. Tampoco había alfombrillas. Eso sí, la seguridad que no falte, los cinturones de seguridad emergieron perfectos de sus anclajes. Durante los casi treinta minutos de traslado me sentí en el interior de una cápsula de café, a la espera de ser rociada por el agua hirviendo hasta diluirme y reflexioné acerca de las personas que, por una u otra causa, terminan allí, presas y detenidas.
Según la RAE, la palabra presa tiene varios significados: “dicho de una persona que sufre prisión”, “dominado por un sentimiento, estado de ánimo”; “cosa apresada o robada”, “animal que es o puede ser cazado”, “acequia o zanja de regar”, “muro grueso de piedra u otro material que se construye a través de un arroyo para almacenar su curso fuera del cauce”. Interesante ¿a que sí? Cuando terminé de leer esos significados me di cuenta de que una persona sea o esté presa (o detenida), sin haber hecho ninguna triquiñuela o haber infringido la ley, es relativamente sencillo, de hecho, considero que es algo que experimentamos a diario.
Todas las personas hemos estado/sido/caído presas alguna vez, algo o alguien nos ha detenido en algún momento o hemos sido presa de alguien o algo. Quizás hemos formado una presa al torrente de emociones que amenazan con desbordarse desde nuestro interior, un muro fortificado invisible que nos hace ser presas de nosotras mismas. Otras veces quedamos paralizadas, inmóviles por nuestros sentimiento y otras veces nos han hecho presa, dejándonos de algún modo atrapadas en una situación, en una persona o en pensamientos y sentimientos, deteniendo lo que somos, poniendo en pause la vida que teníamos hasta entonces. ¿Os suena de algo todo esto, verdad?
Esa tarde en la patrulla pensé en las personas que, siendo apresadas, habían estado allí, en ese mismo habitáculo. ¿En qué pensaban mientras sus manos, esposadas a la espalda, rozaban el plástico? ¿En lo vivido? ¿En lo sufrido? ¿En si había merecido la pena? Pensé en todo lo que es capaz de detener a un ser humano: el dolor, el miedo, un error; estar en el momento y lugar equivocado, incluso el amor, a veces el mal amor. El caso es que durante ese servicio me detuve, aun cuando todo seguía moviéndose a su ritmo, y comprendí que a veces para quienes estamos presas de un sentimiento o deseando salir de una situación que nos convierte en una presa indefensa, la única opción posible para transformarnos es quedarnos detenidas y eso, tal y como dijo la agente ese día, no es nada cómodo. Romper la presa que nos aprisiona para dejar de ser una presa nunca es cómodo.
¿Y ustedes? ¿Cuándo fue la última vez que caísteis presos, que tuvisteis que quedaros detenidos?